IMÁGENES VOLÁTILES
Bruno Marcos
El OVNI nos regala una conferencia mientras, afuera, en la calle, se desata un temporal de viento y nieve. Veinte personas asisten de las que conozco, al menos, a diez que, perfectamente, como han venido podían no haber venido. Los otros cuatro perecen extraviados y los otros seis abandonan la sala apenas comienza el discurso.
El asunto trata de algo así como del desplazamiento desde la concepción histórica del pasado a la compulsión paranoide del archivo. Es decir, que antes se seleccionaba lo más significativo del pasado para ser recordado y ahora se quiere guardar todo de todo.
Pero lo más sorprendente es que se deja claro que las imágenes, y, por lo tanto el arte, -como ya dijera todo la tradición iconoclasta- son algo deleznable. Sin citar a Platón -y su expulsión de los artistas de la polis- el conferenciante da por obvio que, cuando menos, las imágenes ofrecen una herramienta secundaria respecto al conocimiento. Por si fuera poco decir esto dentro del OVNI dice que las imágenes, ahora, son volátiles, es decir que son y desaparecen.
Los circunloquios usados para enmascarar esa teoría que, como dice él: “pudiera parecer una cosa de poca monta”, sirven para elevar la importancia de esa irrelevancia relevante. Se podía haber dicho simplemente -y para que se entendiese- que la gente tiene cámaras de fotos digitales y, aunque registra los momentos de su vida con la misma ilusión antigua de detener el tiempo, acaba por no revelar esas fotos en papel y por borrarlas de sus memorias artificiales.
En un debate final acaba por reconocer -sin pensarlo muy bien- que le interesan más la imágenes que no valen para nada, las que desaparecen. Veo, desde detrás, a D. asentir con la cabeza.
Cada vez es más evidente el hartazgo de todos los personajes del arte contemporáneo respecto a él, siempre hablan desde fuera de él, como si sólo fuese una excusa para la literatura, el pensamiento o la crítica social. Me pregunto cuál es la justificación para que dicho arte no desaparezca totalmente. Seguramente, se trate de su propia corporeidad frente a lo abstracto de las demás actividades intelectivas.
Para culminar la explicación la última imagen que se proyecta sobre la pantalla es el cuadro de Friedrich en el que un hombre, de espaldas al espectador, desde la cumbre de una montaña, contempla un paisaje impresionante. Tal vez, el conferenciante pretenda convencernos de que son mejores sus imágenes volátiles, intrascendentes, humildes ante su desaparición; pero yo no puedo dejar de pensar en lo maravilloso de la pintura de Friedrich, la irreprochable sensación de plenitud que evoca, a mayor tamaño del real, sobre la pantalla, en la soledad de un aforo tan exiguo, puedes ser transportado al interior del personaje.
Al salir la nieve ha transformado la ciudad en un papel en blanco. Ella está irritada. A. me envía un mensaje: ”Ha sido tétrico”. Pienso que acertaba mi padre cuando me daba la razón con La muerte del arte aunque él la entendía al revés.
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